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 Primitivismo.

 
  


A fines del siglo XIX, se iniciará una corriente artística (cuyo final es muy difícil de matizar) que busca fuentes culturales diferentes a las clásicas. El primitivismo se expresa a través de la sensibilidad del artista y del lenguaje de la pintura. El movimiento intenta condensar las pulsiones del espíritu que llevan a crear y las manifestaciones más libres de la imaginación. El camino de la autenticidad artística se buscará en el arte africano o en las manifestaciones de culturas remotas y en el arte popular. Los agentes que sirven como punto de referencia son aquellos no traspasados por la historia del Occidente, los pueblos ágrafos no europeos, los niños y a menudo los locos. Porque ellos pintan, dibujan o esculpen atendiendo a una necesidad básica, lejos de consideraciones, discursos y retóricas históricas. Se busca, pues, la autenticidad y la sinceridad del mensaje artístico. “

Picasso y otros muchos se servirán de lo primitivo, de aquellas obras de arte nacidas de la espontaneidad como fin para el lenguaje artístico.

La expresividad de las máscaras africanas, por ejemplo, hace que no sean sólo esculturas, sino que tras ellas exista todo un universo mítico, todo un universo de pulsiones, pasiones, miedos y diversiones, de formas-fetiche cuya finalidad es mágica. El arte negro se concibe, por norma general, como exorcizador de los espíritus que pueden ensañarse con el hombre. Se utilizan contra fetiches ante aquellas fuerzas desconocidas y no aprehensibles que pueden amenazar la existencia del hombre. Por ello, estas figuras deben servir de constante antídoto y freno, y no representan a nadie ni nada concreto, sino que su poder es más bien sugestivo y catalizador. La presencia de estas figuras armoniza la materia con la que están hechas, su forma y su significado. En sí condensan numerosas naturalezas, la mítica, la material y la espiritual. En la convicción e integridad espiritual del arte africano, Picasso y sus correligionarios no sólo reconocen una alternativa a la fragmentación y al vacío interior del arte europeo del siglo XIX, sino también un valor artístico al que atribuyen un significado universal. El carácter primigenio e indivisible del mensaje artístico se convierte en la escala vinculante y en el ideal conductor de la modernidad”.

Bocola, Sandro. El arte de la modernidad. pp. 181. Ediciones del Serval. Barcelona 1999. .


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